
Fotografía de Edouard Plongeon
Encendió un pitillo, bramando casi: "¿Quieres uno? Son muy buenos (lamentable: sabes que son horribles) son rusos auténticos (peor aún: mal momento para evocar tu provervial solidaridad) Jacinto me trajo unas cajetillas del último Festival de la Jeuneusse de... (déjalo ya, anda, cállate)" y empezó a fumarlo nerviosamente y como a escondidas, dando manotazos al humo que se quedaba flotando denso y pesado bajo la única luz encendida de la terraza, sobre su cabeza. (...) El legendario caudillo seguía empeñado en vivir la prosa de la vida sólo a medias , como si aquellas fuesen actividades poco dignas de su alto magisterio: bailar, nadar, hacer el amor, e incluso, como ahora demostraba, fumar; aspiraba el humo del cigarrillo sin tragarlo y lo dejaba medio saliéndose de la boca, y derramándose sobre los labios como una espuma repelente y Teresa descubrió que siempre había dudado de la moral de las personas que al fumar no se tragan el humo.
Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé. 1966
la necesidad ya está creada: tengo que leerme este libro
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