LLOVÍAN DULCES DEL CIELO. EN ESOS CUANTOS METROS CUADRADOS DE PARQUE, SE CUMPLÍA UN EXTRAÑO RITUAL CADA VEZ QUE HACÍA FRÍO Y SOL. POR LAS MAÑANAS, CUANDO TODOS LOS NIÑOS IBAN AL COLEGIO, ÉL SIEMPRE SE QUEDABA AGAZAPADO DETRÁS DE UN SEMÁFORO, EN UN INOCENTE INTENTO DE QUE NADIE LE VIERA. Y ENTONCES CORRÍA A AQUEL PEQUEÑO PARQUE DENTRO DE LA CIUDAD. SOLO ÉL CONOCÍA ESE MISTERIO DE AZÚCAR. Y ES EXTRAÑO QUE NADIE MÁS LO SUPIERA PORQUE NO ES TAN NORMAL ENCONTRARSE UN HELADO ENCIMA DE UN ARBUSTO. AUNQUE TAMPOCO ES TAN RARO, PORQUE ES PRECISAMENTE ESA HORA DE LA MAÑANA EN LA QUE NADIE SE MIRA, NADIE DISFRUTA DE LA CIUDAD, Y TOO EL MUNDO VA CORRIENDO. Y QUÉ TONTERÍA. SI HACE FRÍO Y SOL QUIERE DECIR QUE ES INVIERNO, Y MALDITAS LAS GANAS DE IRSE A UN PARQUE A LAS NUEVE DE LA MAÑANA. PERO TAMPOCO SERÍA DE EXTRAÑAR. EL CASO ES QUE ALLÍ HABÍA UN BOLLO EN LA HIERBA. Y UN POCO MÁS ALLÁ, UNA GALLETA CON TROZOS DE CHOCOLATE. PERO LO QUE MÁS ME LLAMÓ LA ATENCIÓN CUANDO SEGUÍA POR EL CAMINO DEL PARQUE A ESE NIÑO, EL QUE SE SUPONE QUE ERA EL ÚNICO QUE CONOCÍA ESE MISTERIOSO FENÓMENO ATMOSFÉRICO, FUE EL AZÚCAR DE AQUEL BOLLO FUNDIÉNDOSE CON EL ROCÍO QUE SE POSABA FRÁGILMENTE, CASI SIN TOCARLO, SOBRE LA HIERBA.
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